Un año más, coincidiendo con unos días de vacaciones que siempre trato de cuadrar en esta época, organizamos una excursión familiar para empaparnos de otoño, llenar nuestros pulmones de olor a campo y ensimismar nuestra mirada con el agraciado lugar del que hoy os voy a hablar.
En esta ocasión visitamos el pueblo de RASCAFRÍA ubicado en el valle del Lozoya, al noroeste de la Comunidad de Madrid. De nuevo, la sierra de Madrid me sorprende con un emplazamiento muy singular donde la naturaleza, la historia, la sencillez y lo fastuoso se funden creando un paisaje soberbio.
La mañana amaneció fría, más fría de lo que esperábamos, aunque despejada. Para entonar el cuerpo decidimos comenzar tomándonos un café caliente en el pueblo antes de ponernos a caminar. Nuestro plan era el siguiente: realizar una ruta, parar para comer y después, a las 17h, hacer una de las visitas guiadas al Monasterio de Santa María de El Paular.
EL PUENTE DEL PERDÓN Y EL BOSQUE FINLANDÉS
Después de desayunar, dejamos el coche en el aparcamiento que hay en el Monasterio ya que la ruta comienza justo delante de él. Para ello, primero hay que cruzar el Puente del Perdón. Un puente cargado de historia y que con sus tres arcos permite el paso al río Lozoya.
Una vez atravesado el puente, encontramos a la izquierda una verja que llevaba al BOSQUE FINLANDÉS donde nos recibió una senda alfombrada de otoño y custodiada por una hilera de chopos centenarios. Sin duda, este bosque salpicado por abetos, enebros, robles y majuelos te traslada por unos momentos a un escenario más bien nórdico. El lugar es idílico.
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Aunque ya andábamos un poco desperdigados coleccionando imágenes y descubriendo rincones, volvimos a retomar la marcha. A través de un sendero que giraba a la izquierda, nos adentramos en el bosque y llegamos a una caseta cerrada, una antigua sauna, que con cierta añoranza miraba hacia un pequeño lago y su embarcadero.
El lugar es tan bonito que posiblemente nos habríamos quedado allí a ver pasar cada una de las estaciones, pero aún quedaba mucho camino por delante.
Volvimos a la senda y, después de andar unos cuantos metros más, retrocedimos para volver a la entrada y seguir el camino que va hacia las Presillas. Por lo visto, la verja que da acceso al Bosque Finlandés no está siempre abierta, pero si seguís recto, encontraréis a la izquierda un nuevo desvío que lleva a un albergue y desde allí podréis acceder.
LAS PRESILLAS DE RASCAFRÍA
Continuamos el camino hacia las Presillas de Rascafría. Aunque se puede llegar a ellas por el camino asfaltado que parte desde el Puente del Perdón nosotros nos adentramos en un robledal y seguimos por una senda paralela a la calzada principal hasta llegar a una zona recreativa provista de aparcamiento, baños públicos y praderas verdes. Todo bastante bien organizado para disfrutar en verano de las piscinas naturales que forman los pequeños diques que retienen las aguas del Lozoya.
Desde una de las presillas pudimos disfrutar de un paisaje con vista a una generosa Sierra de Guadarrama que retenía unas nubes densas que, sin duda, nos declaraban frío y nieve, y de las aguas más que vivas de aquel río que se abrían paso entre las piedras.
SENDA DE LA CASCADA DEL PURGATORIO
De nuevo el lugar nos invitó a explorar y pasar tiempo en él, pero continuamos nuestra ruta. Aún nos quedaba mucho por ver.
Un
paso canadiense marcó el inicio de esta nueva etapa. Y, a pesar del riesgo y de los recelos que aumentan con la edad, no dudé en atravesarlo en homenaje a un lugar que recuerdo con mucho cariño y una época en la que atravesar uno de estos pasos, en bici o a pie y salir vivo, era toda una aventura.
Esta senda que lleva hacia la Cascada del Purgatorio transcurre a través de un magnífico y
madrileño robledal. Por el camino nos fuimos encontrando con arroyuelos, con florecillas de azafrán serrano que con su luminoso malva irrumpían dándole un giro a la gama otoñal. El ganado, forma parte también de este paisaje y da gusto verlos tranquilos disfrutando de lo único que tienen: vida.
Algo más adelantado el camino llegamos a una zona más alta desde donde nos esperaba una panorámica en la que las copas de los robles quedaban a la altura de un arbusto mostrándonos la sierra aún enganchada a las nubes y a sus pies el pueblo de Rascafría.
Continuamos la senda pero fueron tantas las paradas a lo largo del camino para poder disfrutar de cada lugar, para sacar fotos, para escudriñar lo cercano y lo lejano, que el tiempo se nos echó encima y decidimos avanzar un poco más, hacer una parada para comer y regresar al Monasterio para llegar a tiempo a la visita guiada. Esta vez no llegaríamos a la Cascada del Purgatorio, pero disfrutamos tanto y se nos quedaron tantas ganas de volver que lo dejamos pendiente para la siguiente visita.
No obstante, antes de desandar el camino, nos quedaba una última sorpresa visual a los que no conocíamos este lugar: paramos a comer junto a un puentecillo que atraviesa el Arroyo del Aguilón donde disfrutamos, además de un más que ganado almuerzo, de un rinconcito precioso.
MONASTERIO DE EL PAULAR
El frío, liberado ya por un sol que empezaba a quedar oculto por las nubes, cada vez se dejaba notar más. Nos abrigamos bien y comenzamos a desandar nuestros pasos para regresar al Monasterio.
Una vez en el Monasterio, cubierto por los nubarrones ya desbordados por las montañas, recogimos nuestras entradas y esperamos a que el guía nos recogiera. La visita no es muy larga porque el Monasterio es pequeño, aunque una exposición de pinturas de Vicente Carducho os distraerá un poco más. Las explicaciones del guía que nos tocó fueron muy breves por lo que os recomiendo que si os interesa la historia del Monasterio os empapéis antes (o después) de ir.
Pero os puedo decir que la visita al Monasterio es espectacular. No pondré ninguna foto porque prefiero que os sorprendáis cuando vayáis a verlo. A mi me fascinó aunque eché de menos una mejor y más rica información.
RASCAFRÍA
Después de la visita, deslumbrados por alguna que otra estancia del Monasterio y con el frío metido bien adentro, decidimos, antes de regresar a casa, hacer una parada en Rascafría y buscar un sitio donde tomar un buen chocolate caliente que nos reconfortara el cuerpo y ¡¡hay que ver qué rico y qué bien nos sentó!!
Y así, después de un día muy completo en familia, anocheciendo y con el limpia parabrisas retirando el agua-nieve que empezaba a caer, regresamos a casa.
Rascafría y su entorno, sin duda alguna es uno de los lugares más bonitos de Madrid. Un lugar que invita a venir en cada una de sus estaciones porque merece la pena verlo lleno de vida, de agua, con luz o con sombras, radiante de color o nevado...
Feliz semana.